Viajo en autobús. Estoy en clase. Camino por la calle. Me encuentro vivo y siempre en algún lugar. Rodeado de personas, algunas intentan demostrarme su aprecio, su cariño, su apoyo, su respeto... Sin embargo siempre estoy solo, por dentro siempre me encuentro volando fuera de la Tierra, distante de todo, en medio del silencio, rodeado de oscuridad. A veces frente al televisor de mi casa me siento mas cerca de Marte que de un hogar. Leo en la biblioteca y me parece que en los pasillos no hay nadie, que el tiempo se suspendiera en un continuo de vacío en el cual yo caigo una y otra ves. Viajo de manera constante al recuerdo de mi madre, a los recuerdos de la linea de espera, me desespero, me enojo, me entristezco y siempre he de encontrarme en una desolada carretera galáctica, por la cual no viajan ni las estrellas. La vida la puedo ver allá en el horizonte esférico, en el horizonte que parece estar en todos lados pero nunca aquí donde mis pasos se internan. En el autobús siempre ha de ser un regreso al pasado, a los viajes fugaces de Agosto y Septiembre, del ir y venir sin un destino marcado en mis boletos, mientras todo es incertidumbre: estudios clínicos no concluyentes, papeleo sin final, lecturas sin pies ni cabeza, tiempo de vida indeterminado.
De noche prefiero desaparecer, sumergirme en esa nada que me salva del miedo al pasado, en la auto tortura de los lapidarios recuerdos, de haber medido mi fuerza para después perderla toda. Las lagrimas nunca son suficientes, las palabras tampoco lo son, a veces lo que se encuentra en el campo de lo inefable se constituyen en las marcas ciegas más profundas de nuestra biografía.
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martes, 2 de diciembre de 2008
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