Fin del recorrido. El expreso nocturno ha terminado por estrellarse contra la última terminal en el mapa. Hemos chocado contra la salida de esta línea de espera. El tiempo parece haberme absorbido en un paradójico y silencioso espacio. A veces feliz y triste. Otras veces nostálgico y sarcástico. En otras ocasiones sonriente y depresivo.
“One day one room”. En esta ocasión el cuarto de hospital ha sido el último que compartí con mi madre durante tres días. El reloj me jugaba bromas a cada momento. Las madrugadas me inventaban atardeceres rojos tras las ventanas. Los atardeceres melancólicos me sabían a desesperanzados amaneceres. El medio día nunca llegaba.
Tras noches de fastidio y poco sueño el final ha sido el diagnosticado apenas tres semanas antes ¡tres semanas!... mi mamá se había ganado en una rifa un boleto en tren express a la muerte.
El funeral ha resultado bizarro. Nunca pude conciliar la idea de que mi madre se encontraba en el féretro que lentamente era sepultado por tierra. Momentos antes: una misa, que muy ad hoc también fue puesta en fast track, en la cual el desenlace ocurría con la llegada del sacerdote-camisa-percudida, y su pedido de limosnas, a la fila de los no-católicos. Me permití sonreír un momento. Finalmente, comida sin alzar la mirada, tomando la mano derecha de Nadia con mi mano izquierda, y un cielo gris a punto de estallar a nuestras espaldas.
El regalo más bello de mi vida.
Viaje a Michoacán. Mi abuelo clava la mirada, seguramente se pierde en el peso de cada una de las palabras impresas. Se encuentra leyendo el obituario de mamá, su hija. Me encuentro a su lado. Inevitablemente me entristezco. Con el paso de las horas me llegan los buenos recuerdos, se dejan acompañar por una nostalgia de buen sabor, casi aromática. Intento descansar pero las ansias nocturnas no me permitan más que terminar un libro.
El regreso a “la ciudad moustrosa”. Reencuentro con el pasado en mi regreso a Cuernavaca. Y poco después confrontación con esa casa que ya no es la casa sino sólo una casa. Ha dejado de ser un hogar confortable para convertirse en una bodega grande, en la cual se han decidido por escombrar los viejos recuerdos. Como en “Cien años de soledad” las hormigas se presentan en el lugar del colapso. En casa de mi papá Cuernavaca parece lejana, que confortable ilusión. Despertares llenos de belleza, aún cuando el sol es el que se opaca.
Los días continúan su paso. La línea de espera se agota, su tiempo colapsa. Las dosis de dolor resultan en mayor cantidad que las dosis de catarsis. La página final de esta historia me parece desastrosa. Un pedazo de mala prosa. Favor de tirar en ese gran basurero que es el ciberespacio.
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